Mito y realidad
de una investigación
folclórica
Por Joce G. Daniels G.
a Gabriel Panzza, Florencio Jiménez,
Miguel Castaño, Tránsito Noche, Ramón
Pelotas,
Enrique Rabelo, Víctor Núñez, Julio Ribón,
Marcial Russo, Mañe Joaquín Matute
y a mi ahijado Oscar Panzza Lobo, los más
consagrados y
eminentes bailadores de Farotas del Mundo
Las Farotas
no es una danza indígena, malibú o chimila, pocabuy
o zondagua, como algunas personas de Talaigua,
la región y del país lo pregonan, tampoco es un baile africano o una mezcla
triétnica, mulata o mestiza, sino que es un baile típico de romanís o gitanos andariegos, que llegaron con
la España invasora a esta parte del continente, más específicamente a la
Provincia de Mompox, cuando apenas asomaban en los tiempos de la República las
ideas libertarias granadinas.
Surgió a mediados del siglo
XIX como una manera de participar en las ferias y en los carnavales que se celebraban en la ciudad Valerosa y que agrupaba a los
descendientes de españoles, franceses, italianos, libaneses y alemanes que trabajaban en la Hacienda de la Esmeralda, un hato
exclusivo para la cría de ganado de exportación a Cuba y otras islas de las
Antillas, y famosa por los cítricos, especialmente naranjas a donde iba
regularmente los fines de semana a holgar la famosa Marquesa de Torrehoyos,
descendiente del Marqués de Santa Coa.
La danza de las Farotas, que es una de las más
premiadas y admiradas en el país por su originalidad, solo existe en Talaigua e
inexplicablemente no se ha extendido como otras tradiciones y otras leyendas y costumbre a lo largo del
río, muy a pesar de los intentos de folcloristas de otras regiones del
territorio nacional que han tratado de montarla a como dé lugar.
En nuestro país, sus orígenes se encuentran entre los antiguos
habitantes de las poblaciones de San Fernando, Margarita, Hatillo de Loba,
Menchiquejo, Guataca y Sandoval, que asimilaron una de las muchas danzas de los
gitanos que trabajaban en La
Esmeralda y que periódicamente, en tiempos de ferias de la Candelaria, carnavales
y la Cruz de
Mayo se presentaban en El Banco, la
ciudad imperio de la Cumbia
y Mompox, conocida también como Ciudad Valerosa.
De esas poblaciones se fue extendiendo y según documentos, relatos y
testimonios de la época, la danza fue conocida en otras poblaciones de la
región y la asimilaron de tal manera que a finales del siglo XIX, en las ferias
de la Candelaria
en El Banco y de Magangué y en las fiestas de la Independencia de la Provincia de Mompox, se
presentaban las Farotas de la Esmeralda junto a otras
danzas que reivindicaban las luchas independentistas de los criollos frente a
los españoles y las costumbres y tradiciones de los indios y de los negros. Hoy en día, poblaciones como Margarita, San
Fernando, Hatillo de Loba, Sandoval, Botón de Leiva o Doña Juana, no tienen
idea de que fueron ellos quienes le dieron el nombre a una danza que se
encuentra en las raíces y entrañas de Talaigua Nuevo y que por esas ironías
tampoco existe en las otras poblaciones que conforman el Municipio.
Es importante recordar que con la creación del Instituto Colombiano
de Cultura en 1968
y el advenimiento de festivales
regionales en la década de los años setenta, que estimulaban el folclor y las
tradiciones autóctonas en busca de preservar nuestro acervo cultural, como el
Vallenato, en Valledupar, la Cumbia, en el
Banco, la Tambora, en Tamalameque, el Hombre Caimán, en Plato, el Bullerengue, en Puerto Escondido, la Gaita, en Ovejas,
las Bandas y Papayeras, en Sincelejo, el Porro, en San Pelayo, del
Petróleo, en Barrancabermeja, el festival de compositores en
Magangué y tantos otros que surgieron ante el fenómeno de la Identidad Cultural Nacional, las danzas folclóricas que tradicionalmente se
organizaban para tiempos de carnavales, sin otro objetivo que el de alegrarse y
regocijarse con los dioses Baco, Dionisos,
Momo y Arlequín, adquieren un nuevo estatus pues su participación en los
festivales será lo más esencial.
Se inicia entonces una lucha entre el presente y el pasado, una
búsqueda de lo realmente original y lo importado, de lo autóctono y lo foráneo
y como muchas fuentes se han perdido o se encuentran extraviadas, se recurre a
la tradición oral, a la memoria prodigiosa de los ancianos, de shamanes, palabreros, gurúes y griots, cuya inventiva no tiene límites ni fronteras
y acomodan según sus apreciaciones, no cómo sucedieron las cosas, sino como
ellos consideran que pudieron suceder.
Y Talaigua, la tierra de las
farotas, los caimanes, la tambora
y el chandé, no iba a ser la excepción.
En esa búsqueda del origen divino de
la danza, se dijo que su génesis estaba entre los indios malibúes, chimilas,
pocabuyes y zondaguas, además se generó
la más grande mentira que ha hecho una excelente carrera: “el indio se viste de mujer para ridiculizar al español porque éste le
ha prostituidos sus hembras”.
¿De dónde salió esta mentira? ¿quiénes fueron sus
inventores? Las Farotas como grupo Folclórico adquieren su partida de bautismo
en el año de 1973, en el II Festival de la Cumbia que se realiza la ciudad de El Banco,
en el departamento del Magdalena.
Conjuntamente con mi compadre Fernel José Matute Lobo, el millero encantado, y el sacerdote
católico Santiago Bernal, párroco de Talaigua,
en el despacho de la
Casa Parroquial nos tocó inventar a la carrera una historia sobre las Farotas, que la danza debía llevar como carta de
presentación a dicho festival. Esa mentira sobre sus orígenes indígenas,
veintitrés años después, yo mismo que investigaba sobre dicha tradición, la
recibiría de los archivos del Instituto Colombiano de Cultura, firmada como una
investigación exhaustiva realizada por
una de las notables y famosas directoras
de la entidad.
Dijimos esa vez que las Farotas era una danza chimila- malibú, cuyo
objeto era ridiculizar al español en venganza al ultraje y violación que hacía
de las indias, además se parodiaba tanto que se ponía en tela de juicio su
hombría y explicábamos paso a paso cada una de las formas de la venganza. Lo
cierto fue que ese documento fruto de la improvisación, sin pies ni cabeza,
jamás verificado, quizás por el sentimiento antiespañol que muchos de los aquí presentes aún llevamos
en el corazón, fue tan aceptado y metido en el alma que hoy es difícil sacarle
a la gente de la tusta que todo lo dicho allí era una mentira generosa.
El documento oficial del Carnaval de Barranquilla, donde la danza
tiene un lugar de privilegio el día del Bando, se consigna que las Farotas es “Es una danza burlona donde se muestra la
forma que el español tenía para tratar a los indígenas, y, concretamente, a las
mujeres”.
En la página que la Fundación BAT
tiene en la Internet
se lee que “esta danza representa la estrategia que
utilizaron los indígenas y negros para vengarse de los españoles por el abuso
de sus mujeres. Los movimientos son Bruscos ya que son hombres disfrazados de
mujeres.
En el dossier de presentación de la candidatura que hizo el Carnaval
de Barranquilla, para que la
UNESCO lo declarara Patrimonio Intangible de la Humanidad, respecto a
las Farotas dicen más falsedades que verdades:
Esta danza es originaria
del municipio de Talaigua, zona donde habitaron los indios Chimilas y Farotos. El componente musical juega un
papel importante porque es el que genera el juego coreográfico de esta danza,
fuertemente influida por el elemento indígena.
Es importante recordar que cuando Colón iniciaba
la ola de invasión europea a las territorios del Nuevo Mundo, los territorios
de África. Asia y Europa, ya habían vivido muchas guerras y batallas, cientos
de pestes y en muchas regiones habían florecido grandes culturas que legaban y
trasmitían de generación en generación el acervo que influiría notoriamente en
las progenies postreras. Ejemplo de esa influencia de aquellas culturas
milenarias, son la leyenda de Francisco el hombre, originada del Mito de Orfeo,
y la leyenda del Hombre Caimán, originada en el Asno de Oro de Ovidio. Pero
quizás el más grande error lo cometen los musicólogos vallenatos, a quienes se
les ha dado por decir que los orígenes de esta clase de cantos se encuentran en
los Cantos de Vaquería, confundiendo los
Cantos de Vaqueira, de los poetas agrestes de la España medioeval, que se
caracterizaban porque, como los juglares, trovadores, scop escoceses y messenger
alemanes, cantaban las tradiciones, las costumbres y valores de aquellos
tiempos.
A Talaigua la
llevó señor Domingo Galindo, un veterano de la Guerra de los Mil Días que
llegó desde San Fernando con el pecho lleno de medallas y de cicatrices, quien
organizó el primer grupo de faroteros que se mantuvo durante mucho tiempo,
hasta cuando aparecieron personajes de la talla de Florencio Jiménez, Bonato
Padilla, Tránsito Noche, Miguel Castaño y Gabriel Panzza que marcaron una época
gloriosa para la danza.
En los últimos tiempos bailadores
de la talla de Oscar Mancera, Manuel Joaquín Matute, Víctor “Elmello” Núñez,
Humberto Hernández, Ramón Pelotas, Chencho Ramos, Heriberto Montero, Hernán
Padilla, Agapito Quevedo y Fernel Matute, han logrado cimentar el prestigio que
hoy tiene en el ámbito nacional.
El desconocimiento y la falta de investigación de nuestra historia,
nos lleva muchas veces a inventar como fue el caso del compositor Adolfo
Pacheco, autor de canciones famosas como El Mochuelo y la Hamaca Grande, que en una de
sus composiciones habla de los indios farotos de San Jacinto. En aquella tierra
habitaron los indios de Duanga.
Pero cuando le hice la salvedad, solo me dijo:
¡Eche, marica, y ustedes no tienen las indias farotas!
Otro tanto me sucedió con uno de los sabios directores de
Telecaribe, el canal regional, cuando le envié el documento que yo había
escrito en 1973 y le decía que hiciera la claridad acerca de las Farotas. Solo
me dijo:
¡No seas pendejo, a la gente le gusta el morbo!
Farota es una palabra árabe,
etimológicamente significa “mujer
charlatana y mentirosa” o “mujer descarada y sin juicio”. La danza nace de
la unión del fandango
y las soleares, fiestas flamencas de
origen romanís que posiblemente llegaron
a América a finales del siglo XVII, después de pasar por Portugal,
Extremadura, Andalucía y el País Vasco.
En su forma moderna, la danza la ejecutan, trece personas, seis
parejas, guiados por la mama, que
como en las antiguas gestas guerreras lleva la bandera, el lábaro o el
estandarte que identifica y lidera el grupo. Como los gitanos, son hombres con
el indumento propio de los antiguos y algunos grupos modernos romanís, faldas
grandes y anchas de flores abigarradas, blusas con llamativos encajes y adornos
en el cuello de vistosos colores, con una gola de lentejuelas, el sombrero como
el de los campesinos europeos, aplanado de un lado y lleno de flores y rosas,
con aretes como los antiguos piratas, los labios pintados y todo el ajuar
propio de los gitanos.
A los bailadores de la danza se les dio por darle un nombre a cada
forma de lucha, a la manera de presentarse y de acuerdo con el ritmo musical
del millo, la gaita, el clarinete, las marcas y la tambora, éstas se denominan:
Perillero, son cuatro variaciones estratégicas de la guerra, se avanza
moviendo los pies en silencio, una pareja detrás de otra, siguiendo el ritmo de
la persona que lleva el estandarte.
La trenza, es la forma de salir a la
lucha de frente, el tranco es largo, la vista fija al frente, sin dar treguas al enemigo, eludiéndose entre sí, en
la danza, como en la guerra.
Sombrilleo, el farotero como el andaluz, abre la sombrilla y danza, como en la
guerra, es el escudo que lo protege, pero lleva la lanza para luchar de frente,
eludiendo al enemigo.
Faroteo, es la danza del enfrentamiento singular, de un lado a otro, aquí y
allá, gritando, como en la danza, como en la guerra, con trancos largos,
metiéndose uno entre otro, sudando, luchando y bailando.
Y por último el Saludo,
después de la lucha, el vencedor y el vencido, ganadores y perdedores, se dan
la mano en una tregua, como en la danza, como en la guerra.
He ahí su originalidad. No es una
danza ritual, tampoco es una danza amorosa. Nadie vocifera, todos siguen un
orden, meciéndose de un lado a otro, siguiendo el ritmo del millo y el tambor,
unas veces agrupándose y otras abriéndose en abanicos, danzando y luchando
hasta llegar a un paroxismo frenético y extraordinario, como en la lucha, como
en la guerra.
Es dable decir, que a la par de las Farotas, florecieron otras
danzas, eso si típicas de la región, pero con marcada influencia española por las bulerías y las alegrías, que son cantos
flamencos con coplas de tres o cuatro
versos octosílabos. Entre esas están las Artesanas, la Conquista, los Coyongos,
los Goleros, el Pacopaco, el Caimán, los Negritos, las Hilanderas que se
presentaban en los carnavales locales y regionales y donde no faltaba la princesa
india que era robada por el blanco, reviviendo de esta manera las leyendas de la Malinche, Nueva España,
Yngermina en el Caribe, Miranda en el Río de la Plata y Pocahontas en Nueva
Inglaterra.
Mucha gente piensa que lo admirable de esta danza considerada como
una de las más auténticas del país, representativa de una de las regiones más
abandonadas del Caribe, es que se haya sostenido a lo largo de casi un siglo y
sigan sus personajes vistiéndose con
hopalandas de vistosos colores, blusones y candongos y el maquillaje propio de
las gitanas, de las chismosas, de las Farotas.
Quiero anotar que la danza, no por las mentiras que se han dicho,
sino por extraordinaria participación en el Carnaval de Barranquilla, es
reconocida por la UNESCO
como Patrimonio Intangible de la
Humanidad.
He aquí el mito y la realidad de una investigación folclórica,
basada en una creación vulgar, en un documento fraudulento, pero que es el
fundamento y la carta de presentación de las Farotas, el grupo de danzas de
Talaigua Nuevo, la tierra de los caimanes, la tambora y el chandé.
I Congreso Nacional e Internacional del Folclor
“Del hecho folclórico a la puesta en
escena”, realizado en el Palacio de la Inquisición de Cartagena de Indias,
7 al 9 de octubre de 2009.